El sujeto tomó el cadáver de la mujer que la trajo al mundo y tras embutirlo en el recipiente, procedió a vaciar el bulto de cemento sobre su cuerpo, el que humedeció lentamente con baldazos de agua que tomaba de la ducha.
Tuvo que esperar varios días para que el cemento se compactara completamente, luego pensó que haría con el cuerpo sin vida de su progenitora, una mujer de 64 años de edad, a quien dijo amó infinitamente.
Lo primero que hizo Fabio Naranjo Murillo fue convencer a toda la familia que su madre había desaparecido en forma misteriosa. Él, junto a su inocente hermano mayor, acudió a la Fiscalía y al grupo Gaula, a instaurar la respectiva denuncia.
Desde ese momento el caso de Matilde Murillo se convirtió en un enigma para la familia (menos para Fabio) y en una obsesión para las autoridades.
Mientras el dolor y la angustia embargaban a la familia que insistía en su búsqueda por cielo y tierra, Fabio continuaba con su macabro ritual.
Con el cuerpo sin vida de su madre dentro de la caneca de cemento compactado, el paso siguiente era deshacerse del recipiente.
Con mucha paciencia acudió a los clasificados de los periódicos hasta encontrar en venta un carro de perros, de gran tamaño, el cual compró y llevó a su casa.
Fabio tuvo que utilizar varias herramientas para poder ubicar la enorme y pesada caneca dentro del carro de perros. Lo que hizo fue desbaratarlo y utilizar las láminas para forrar la caneca. Luego utilizó el chasis para ponerle ruedas a la pesada caja. Y ocultó el cadáver en un parqueadero de camiones.
Según publica El Espacio, el hombre confesó que estando en la casa sostuvieron una acalorada discusión y que en el forcejeo ella rodó por las escaleras, cayó al primer piso y quedó sin vida.
Los vecinos aseguran que jamás sospecharon nada, porque se trataba de un hombre común y corriente que vivía en su casa con su esposa, una enfermera de 37 años de edad, y con su pequeña hija de 7 años a quien todos los días llevaba al colegio.
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